Desde la cultura del esfuerzo se ha pervertido el valor de la implicación y de la dedicación, ya que se basa en conseguir las cosas con el sudor de la frente.
Hoy en día, en muchos contextos, se ha ido a lo opuesto. Es criticado aquel que se implica, considerando que renuncia a vivir la vida.


Lo que diferenciará una evasión de una implicación es el desde dónde surge esa acción. El yo, su desde dónde es en referencia externa, es para ganarse la vida, para hacer lo correcto, para ser reconocido, para satisfacer a papá o mamá, para hacer lo que se espera de mi “ para ser alguien”
Cuando el yo está identificado con ese desde donde, el conseguir el resultado o no, no “valdrá la pena del esfuerzo”.


El desde donde el “esfuerzo” tiene sentido, es el que a través de eso que hago, estoy en sintonización, estoy en conciencia. Ese es el hacer sin hacer.
Por eso, en sabiduría no hago nada, y no dejo nada sin hacer.

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